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La foto, de 1962, es de Javier Acaz Biesa, agachado, junto al cohete. |
Mi presencia en aquel acto, nos contagió las ganas de repetir un intento similar por nuestra cuenta, en Burgos, y en el verano de ese mismo año pusimos todo nuestro entendimiento en la preparación del “Sputnik del Cucudrulu Amarillo”, que finalmente se quedó en fase de proyecto por cuestiones técnicas de realización, pero no por falta de inventiva.
El “Sputnik del Cucudrulu Amarillo” debía constar de dos elementos:
El cohete, cilíndrico, con punta ojival y dotado de cuatro aletas de vuelo vertical, constaría de dos fases: la de impulsión en vuelo y una pequeña carga explosiva destinada a la expulsión del paracaídas. Esta segunda fase entraría en acción, una vez consumida la pólvora de impulsión en vuelo y una vez alcanzada la mayor altura, punto en el que se abriría el paracaídas tras rasgarse la punta ojival en forma de pétalos, por las líneas meridianas de menor resistencia. El cohete bajaría suspendido por un cincho de amarre y las extrañas razas humanas o interestelares de lugares ignotos que pudieran contemplar el descenso del artefacto, sabrían su lugar de procedencia gracias a la representación artística del anagrama del Cucudrulu Amarillo impreso en una de las aletas.

Algo tuvo que ver en este invento, aquella película de Berlanga, del año 1956.
En la parte complementaria, de efectos acompañantes del experimento, podrían haber intervenido toda suerte de archipierres, como el representado en este otro plano, del mismo año y del cual, su intención jocosa, no menoscabaría la seriedad del primero.

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