dimarts, 27 de març del 2018

La granja de La Coronela, en Villagonzalo-Arenas

Entre los años 1972 y 1975, estuve trabajando como topógrafo en los replanteos de las obras del polígono industrial de Villalonquéjar y Villagonzalo-Arenas, al NW de la ciudad de Burgos.

Conocí el entorno rural de aquellos pueblos, antes de que la afección del proyecto cambiase por completo la faz de los campos.

Entre las numerosas granjas que existían diseminadas por el territorio afectado de expropiación, me llamó poderosamente la atención una casa de apariencia muy robusta para ser solamente una granja. Era casi una casa fuerte, de unos ciento cincuenta años de antigüedad, entonces. De planta cuadrada y cercana a los veinte metros de fachada. Con planta baja y dos pisos: el principal y la buhardilla.

Como todas las demás estaba expropiada y amenazada de demolición, en el centro de una de las grandes parcelas que deberían ubicar muy pronto, diversas industrias dependientes del Polo de Desarrollo.

Cada día que transcurría, deambulando por tierras de labor, primero, y más tarde por las calles nacientes que iban tomando forma, a lo largo de los cuatro kilómetros que teníamos a nuestro cargo, pasaba a menudo junto a las recias paredes de La Coronela, ya clausurada.

Puerta de un edículo exento, al Oeste de la fachada.
Fachada

Escudo a la izquierda, sobre la puerta principal.

Escudo a la derecha, sobre la puerta principal.

En el interior, tras un zaguán amplio, se abría un gran patio cuadrado, con el brocal de un pozo en el centro.

Al principio no creí que aquel edificio singular pudiese llegar a ser sustituido por una nave industrial. Siempre pensé en un racional aprovechamiento mediante su transformación en dependencias hosteleras, de las que el conjunto fabril necesitaría.

Pero los meses pasaron y la demencial realidad del progreso llegó a imponerse.

Tras un período de vacaciones, en 1973, me encontré con una acumulación de escombros ocupando el antiguo emplazamiento de la granja de La Coronela.

Los trabajadores que habían estado presentes, me contaron que las únicas piedras que habían merecido la atención de los técnicos factores del desaguisado, fueron los escudos, que habían desaparecido a bordo de un Land-Rover. "-A Francia, dijeron que iban".

En la trasera de La Coronela

Dicen que cuando se reúnen los pastores, alguna oveja acaba en la parrilla. Eso debía de ser antaño, porque parece que hoy, las ovejas muertas acaban pudriéndose.

El círculo amarillo indica el antiguo emplazamiento de la Granja de la Coronela.

dijous, 22 de març del 2018

Catalanadas de "El Quijote"

Una parte considerable de la historia de Burgos, de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, fue escrita en catalán. Sin papel i sin palabras. Tras el final de la guerra, unas cuatrocientas familias catalanas se establecieron en Burgos, en un intento de continuar en Castilla, una vida más o menos normal, que era imposible de continuar en Cataluña. El régimen había dotado a las nuevas industrias castellanas de cupos de materia prima a los que no podía acceder la industria catalana ordinaria.

Los chavales catalanes de entonces no hubiéramos podido escribir en catalán. Nuestros maestros, los maristas, se encargaron bien de ello. Y la autoridad competente se encargó igualmente de que tampoco lo hicieran nuestros padres.

Pero en nuestros propios libros de estudio, concretamente en el de lecturas "El Quijote", descubrí maravillosas "catalanadas" que respondían, según nuestros maestros, a arcaicismos del castellano antiguo.


Realmente fui cayendo en el convencimiento de que castellanos y catalanes habían tenido más camino común del que se admitía oficialmente, pero que era una relación que correspondía, más bien, a una absorción.

Lo fui comprobando en las sucesivas ediciones que llegaron a mis manos, de aquél Quijote, que cada vez más se iban publicando en una lengua castellana más pulida y en las que se iban eliminando los arcaicismos, y con ellos desaparecían las catalanadas evidentes.

¿Por qué, en las ediciones antiguas (y hablo de una de la editorial Edelvives, de Zaragoza, de 1953) se habían descuidado palabras que se adaptaban a formas del castellano que recordaban directamente palabras que originalmente serían catalanas, y por qué posteriormente, esas palabras habían desaparecido y se adaptaban escrupulosamente a la dicción correcta de los tiempos modernos, como si nuestros críticos y cuidadores de la lengua se avergonzaran de los orígenes de su propia joya literaria?

Naturalmente, ya nadie, hoy en día, podría asegurar que la adaptación hubiese seguido un proceso casual y dependiente exclusivamente de la comodidad, paulatinamente acostumbrada, de los parlantes. Pero por el resultado parecía que la lengua actual habría cambiado, respecto de la original, mucho más de lo que paralelamente habría tenido que cambiar, también, la lengua catalana. Me resultaba chocante.

Se me antojó, como explicación alternativa, que fuese realmente la obra concreta, El Quijote, la que se hubiese adaptado a exigencias costumbristas que no hubieran podido cambiar tan rápidamente, por ser, el objeto original, muy distinto del producto final. En definitiva, que la pretendida originalidad castellana de El Quijote, no fuera tal, sino una mala traducción del catalán, por alguien, conocedor del idioma en el que se escribió, pero que no dominara absolutamente el idioma al que se traducía. De ahí vendrían las sucesivas fases posteriores de refinamiento.

Hay que ser muy buen conocedor de la historia evolutiva del castellano, para poder afirmar esto. Yo no me encuentro en ese estado del campo y no puedo mantener tal teoría, pero siempre me han interesado las opiniones de otros autores con mejor conocimiento, que han dado luz a mis antiguas sospechas.

Pienso en las pretensiones de los gobernantes españoles que ya desde antes del siglo de oro de SUS letras, quisieron que estas ocupasen el mejor lugar de la producción peninsular. Para ello, y no para la represión de la brujería, simple pretexto, crearían la inquisición, plaga de la lucidez.

Pere Plana Panyart